viernes, 23 de julio de 2010

Carta a un amigo


José Ignacio Benavides

Cuando se obtura una cámara se detiene el mundo por un instante, este aparatito no es una máquina del tiempo, pero a través de su magia se puede penetrar por eternos pensamientos, algunos maravillosos; otros no tanto. José Ignacio murió a los 76 años. Aunque pasó el umbral del séptimo piso, llevó una vida en un carril que no tenía paradas. Alguna vez una mujer a quien amó profundamente le dijo que su vida era como un tren sin paradas y quien estuviera dispuesto a montarse a este tren tenia dos opciones, una era pararlo a como de lugar con decisión y fuerza o montarse en esta máquina en movimiento.

Toda su vida vivió de la fotografía bogotana. De chico, en Zipaquirá, no pensó que el mundo pudiera ser tan grande, hasta que visitó por primera vez el salto del Tequendama, ahí se dio cuenta que el ser es insignificante frente a la gran naturaleza; después de eso hacia un ritual cada año en el que se iba al salto a hacer fotografía. Le encantaba fotografiar iglesias, en especial la iglesia de Lourdes, tenía muchas fotos de este lugar y cada una tenía algo que la hace distinta a las otras. José Ignacio pasó los mejores años de su vida en su cuarto oscuro, allí creció, comió, descubrió secretos, misterios, penetró en el alma de muchas personas, incluyendo la mía . Preferiría morir aquí dentro de su cuarto oscuro que en cualquier otro lugar.

José Ignacio fue una persona muy solitaria, muchas personas pasaron por su vida, pero no son muchas las que se quedaron. Un punto débil  los géminis, es que son tan contradictorios que son muy pocos los que nos entienden, pero sin duda alguna deseó que su cámara fuera una máquina del tiempo, que lo devolviera a tantos lugares en los que pudo haber aprovechado todo lo que Dios le dio, tantas personas que quedan en el olvidó físicamente, pero que no se fueron de su cabeza. Son muchos los recuerdos que lo amarraban a la vida y sentir que estaba llegando al final de ella le daba miedo. Ya no era el mismo de hace algunos años, las arrugas en su cuerpo eran cada vez más, sus ojos ya no servían sin lentes, su cabeza era totalmente blanca, a lo mejor se le olvidó lo que significa la palabra sexo, los dolores eran más y más intensos, los médicos decían que a sus huesos les "faltaba calcio", probablemente. Pero él sentía que eran dolores que sufrían sus músculos por cargar tanta energía por más de siete décadas.Lo más importante para su vida era no tener un rumbo, ni un camino específico, alguna vez lo tuvo y lo único que logró fue llegar a donde menos quería. 

Esta es una carta a un buen amigo, un buen amigo que tal vez muchos olvidaron y que por razones de la vida yo conocí muy tarde.  Lastimosamente nos conocimos cuando yo era muy inmaduro, hoy quisiera devolver el tiempo, pero el tiempo es una ilusión. Descanse en paz.

Bernardo Rojas

Carta a un amigo, artículo de opinión publicado en una revista mes a mes, perteneciente al consorcio mediático de la familia Santos.