viernes, 27 de agosto de 2010

Un guerrero que mira a través de un lente



José Ignacio Benavidez fue uno de los mejores reporteros gráficos en la historia colombiana, nació un 30 de Mayo del 1939 en un pueblo cerca de la capital llamado Zipaquirá. En la década de los 70's tuvo su mayor auge, después de haber atravesado una infancia difícil en su pueblo. Fue una víctima más de la violencia que sufrió el país a manos de las guerrillas colombianas. Durante muchos años fue uno de los tantos desplazados por la violencia, llegó a la capital por este flagelo, su padre fue asesinado a manos de los grupos insurgentes y su madre fue quien se lo llevó a Bogotá. Desde pequeño fue un amante de la fotografía, su pasión nació desde que un forastero Inglés, quien murió en las minas de sal, le regaló una cámara rolleircoid.

Su vida en la capital estuvo marcada de dolor, tristeza, pobreza y miseria. En muchos años, José no desayunó, almorzó y ni comió en el mismo día. Su madre, Clara María, por poco vende su cámara en una prendería. Sin embargo, era tanto el cariño que José Ignacio le profesaba a la cámara que no permitió que lo hiciera. A los 19 años,después de haber experimentado un alto grado de pobreza y desolación, José Ignacio optó por prestar servicio militar en el distrito militar de Bogotá, en donde desarrollo una pasión por el fútbol, gracias a que cada vez que tenían un descanso los cadetes jugaban fútbol. El paso de dos años por la escuela le sirvió para madurar y volverse un tipo serio, quien quiso volver a la capital a buscar una nueva vida y sacar a su mamá adelante.

Durante cinco largos años José tuvo un pequeño estudio fotográfico dentro de su casa y tomaba fotografías en el centro de Bogotá para ganarse la vida. Hasta que un día un turista dejó un maletín, dentro éste un fajo de billetes y una tarjeta de un hotel. José Ignacio se fue para ese hotel a buscar a su cliente, él se encontraba en una reunión con un inversionista. Sin embargo, José los interrumpió. El extranjero le agradeció mucho por haber recuperado su maleta y le presentó al inversionista; llamado Sergio Santos, un importante empresario, dueño del Club Independiente Santa Fe y de varios consorcios mediáticos que estaban en formación. El extranjero le recomendó el trabajo de José a Sergio. Él le planteó una vacante que había en un periódico de la ciudad como reportero deportivo. José no dudo ni un instante en aceptar la oferta y a sus 27 años se encontraba dando la vuelta olímpica con el Santa Fe en su cuarto título de la copa nacional. Después de la celebración, José afirmó que nunca en su vida había experimentado el placer ajeno en su máxima expresión y además gracias a la fotografía; así que quiso auto proclamarse un hincha oficial del Independiente Santa Fe, después de unos cuantos tragos sus colegas ya le llamaban José "santa fe".

Durante muchos años fue uno de los mejores periodistas gráficos del país y trabajo para Sergio Santos por unos años, su éxito como fotógrafo fue muy bueno; tanto que monto su propio estudio al que llamo DC fotografía, sus triunfos los logró siendo fotógrafo de pasarelas, fotógrafo publicitario, haciendo reportería gráfica y a todos sus clientes les daba un buen servicio y un producto de una exelente calidad, como él siempre se ha profesado, fotógrafo por convicción no de profesión, un guerrero.






viernes, 20 de agosto de 2010

Un reportero por accidente


Era un bello amanecer, los pájaros cantaban, el sol salía entre las calmadas nubes que se posaban en el cielo.  Era un día maravilloso en el que tal vez el frío tradicional del pueblo no podría tener presencia. Rompiendo la tranquilidad se atravesó dentro de las rutinas de los habitantes de Zipaquirá, una lluvia en la que no había grandes truenos, era una lluvia propiciada por el mismo hombre. Por hombres bárbaros que creían que una "revolución" les daba el derecho sobre los demás a causar dolor, miedo y muerte, derramando sangre de inocentes. Unos instantes fueron necesarios para que decenas de cuerpos cayeran al piso.

José Ignacio estaba en un sueño profundo.  De repente los estruendos de metralla y Clara que irrumpió en su cuarto lo despertaron. -Métete abajo de la cama- exclamó su madre muy exaltada. El pequeño quedó pasmado, alcanzó a creer que era una pesadilla en la que se había convertido su sueño, hasta que su madre le agarró su pierna y lo arrastró por el piso. Antes de caer, José se lanzó por la rollei que se encontraba al lado de su cama, sorprendentemente alcanzó a agarrar su preciado aparato de la correa de cuero, sin embargo no lo hizo con la suficiente fuerza y la cámara se fue al piso, se golpeó gran parte del cuerpo de la cámara y quedó hundida. El pequeño rayó su cámara arrastrándola por el piso.

Clara y José estaban escondidos, cuando de repente entró un sujeto al cual no podían verle más que sus pies. Unas botas negras que olían a estiércol de vaca y tenían gotas de sangre alrededor de la suela, se acercaban lentamente, como si oliera el miedo que expelían los dos sujetos bajo la cama. José se aferraba a su cámara mientras que su madre tapaba sus ojos para evitar que el miedo los delatara ante la muerte. El sujeto se encontraba muy cerca de ellos y en ese instante aquel hombre se agachó lentamente, como si el deseo de dolor no lo atormentara, su mano se posó sobre el borde de la cama y cuando estaba apunto de bajar su mirada para corroborar la presencia de sus víctimas, se oyó una voz quejándose "¡ cuervo,  ayúdame con este malparido!". Era Alfredo, que había destrozado el pie de otro sujeto apunta de machetazos. Cuando llegó el cuervo, sólo se oyeron alaridos de Alfredo y el aguado sonido de las balas que atravesaban su cuerpo. El corazón se le desgarró a Clara, pero su esposo les había dado una señal, una pista para poder seguir con vida. Cuando el cuervo llegó de nuevo a la habitación de José, se agachó y observó sorprendido que no había nadie debajo de la cama.

Al día siguiente, salieron en todo tipo de noticias, Masacre a cargo de las guerrillas colombianas en Zipaquirá por  la presión que ejerce el estado colombiano para que dejen las armas. Entre 800 y 900 muertos. El pueblo estaba dominado por los subversivos afirmaban los periodistas amarillistas. Lo que nadie se preguntó fue ¿a dónde se fueron los sobrevivientes y las personas que huyeron de la lluvia que de un momento a otro se llevó la vida de todos en el pueblo?

-Pues acá fue que llegue yo, a Santa Fe de Bogotá, desde hace varios años que hago este tipo de fotografías, llevo casi 40 en la capital, soy reportero por convicción no de profesión y estas fotos que fueron tomadas por mi, es más, fueron de las primeras y demuestran todo el miedo que sentí ante la muerte. Pero no vi ese miedo a través de mis ojos porque mi madre no me lo permitió y sin saberlo por medio de mi rollei pude plasmarlo- José Ignacio terminó su discurso señalando las fotos que tomó en aquel entonces accidentalmente.

Un estruendoso aplauso se escuchó cuando José Ignacio terminó el discurso en una exposición fotográfica de un consorcio de revistas sobre la guerra en Colombia en el museo Nacional. Mientras que él, nostálgico recordaba ese día y en su mente el sonido de los aplausos lo conducían al sonido de los estruendos de metralla de ese día.


domingo, 8 de agosto de 2010

Afuera de la sabana, dentro de la mina.

José Benavides, fue durante muchos años, uno de los más emblemáticos reporteros gráficos de la ciudad de Bogotá. Por su pasión por el fútbol, en especial por el equipo cardenal, se ganó el sobre nombre de "José Santa Fe". Muy pocos son testigos de toda su trayectoria como reportero, la fotografía no es su profesión, es una extensión de su vida.

Desde pequeño deseó salir al mundo exterior. En Zipaquirá, su pueblo natal, conoció a un extranjero llamado Carl Flint. El gringo, como muchos le decían (realmente no era gringo, era inglés) se encontraba en Zipa porque estaba interesado en las minas de sal de la sabana. José tenía unos 13 años y trabajaba en la mina junto a su madre, quien se encargaba de la comida de los hombres que trabajaban dentro de la mina. Un día, Flint conoció a Clara, la madre de José, le preguntó por un guía que pudiera darle un recorrido por la mina, le explicó que él era geólogo y deseaba conocer la mina por dentro y hacer algunos estudios. Clara lo sacó sin pensarlo, sus jefes odiaban a los extranjeros y no soportaban que se estuvieran metiendo en asuntos que no les debían interesar. Flint no comprendía la razón por la que nadie deseaba ayudarlo. Ese día se marchó sin mayor esfuerzo, pero no descansó hasta poder entrar a la mina.

Todos los días, Flint se acercaba al puesto de Clara he intentaba convencerla y todos los días que iba, sacaba una cámara rolleicord y tomaba distintas fotografías. Muchos odiaban al gringo, pero él se dio cuenta que las personas se asombraban por su aparato, así que empezó a llevarlo más seguido para poder conseguir a alguien que lo metiera en la mina. Inclusive, habló con los jefes y les explicó el proyecto turístico que pretendía hacer en la mina, sin embargo, nadie lo quiso ayudar. El único que se sentía completamente asombrado por la cámara y deseaba tenerla, era José.

Una fría mañana de la sabana, José salió con la cubeta, el saco y los guantes para ordeñar a Penélope, su vaca. Sin embargo, no la ordeñó. Apenas salió de su casa, dejó las cosas tiradas y se fue hasta la casa en la que se estaba quedando Flint. El pequeño se metió a la habitación del extranjero e intentó tomar la cámara que se encontraba encima de la mesa de noche, se quedó asombrado por su peso, su olor esmaltado y su color negro absorbente en el que se diluía su mirada. -Ahora si me voy- pensó el pequeño José, cuando giró su cuerpo hacia la puerta tenía una navaja militar en el cuello. Flint le preguntó muy enojado que era lo que deseaba con su cámara, José no le respondió absolutamente anda y después de unos minutos Flint bajó la navaja. Le dijo que si quería aprender a usar la cámara, José asintió la cabeza, pero aún sin decirle una sola palabra.

Toda la mañana estuvieron tomando fotografías en la finca de José, al llegar el medio día, el niño le pidió a su madre que invitara a almorzar al extranjero. Durante la comida no se hizo más que hablar de la cámara y lo asombroso que era. Flint le preguntó a Clara si deseaba aprender a tomar fotografías, finalmente accedió y le tomó una fotografía a su hijo junto a Flint en un campo de su finca. A Alfredo, el esposo de Clara, le irritaba la presencia del sujeto y no fue asistente ni del almuerzo, ni de la toma de fotografías.

Al caer la tarde, Flint se sentó junto a José y le empezó a preguntar, él por supuesto seguía muy tímido, además que no le comprendía muy bien al sujeto.

- ¡ Hey kid! -
( silencio absoluto del niño)
- Tienes tú un gran interés por la rollei, ¿no es así? -
- Si señor, ¿Para qué le digo que no? Daría lo que fuera por una cosa de esas-
- Pues kid, hoy ser un día muy especial for you-
- si ya lo ha sido señor, todo el día he tenido ese aparato en mis manos-
- Sabes qué... te regalo la cámara kid-
- ¿Enserio?-
- Yes, pero tu tienes que primero hacer algo para mi ¿ok?-
( silencio absoluto del niño)
- Dame un recorrido en la mina-

Una dualidad muy grande para un niño de 13 años. José finalmente accedió, pero todo fue a escondidas. Esperaron un domingo en el que no trabajara nadie y en la madrugada se insertaron en la mina. Al pequeño, le temblaban hasta los huesos, estaba muerto de miedo y Flint no hacia más que tomar muestras con un cincel. Un último golpe y José escuchó que retumbó toda la mina, le dijo al extranjero que se marcharan, pero él hizo caso omiso al niño; quien salió despavorido apenas oyó que una bandada de piedras se venían encima de ellos. José logró montarse en un carro que conducida por medio de un riel, pero la salida estaba siendo tapada por rocas, así que le tocó devolverse y salir por la parte trasera de la mina en la que había un pequeño agujero creado para oxigenar la mina. José tuvo muchos problemas cuando todo el mundo se enteró de lo que él había hecho, pero no tuvo más remedio que enfrentar sus errores. Por otro lado, nunca se volvió a saber nada de Flint, ni encontraron el cuerpo ni rastros de nada y gracias a ello nunca los mineros se volvieron a meter por los caminos en los que estuvo el extranjero.

José obtuvo su castigo, pero al mismo tiempo se quedó con la recompensa que le había dado el gringo y con el tiempo desarrolló una claustrofobia generalizada a la oscuridad, que entorpecería su carrera como reportero y fotógrafo. Años de terapias intrapersonales y de muchas recaídas llevaron, incoherentemente, a José Santa Fe a resguardarse de su fobia en el cuarto oscuro donde revelaba sus fotos.









domingo, 1 de agosto de 2010

No hay mucho que observar en un cuarto oscuro

Sobre la calle 13 con carrera 64 en la ciudad de Bogotá, en pleno Chapinero y muy cerca de la iglesia de Lourdes, se encuentra ubicada la casa de José Ignacio. Su casa es una fantasía desde que abre su puerta, en la que hay un tapete del independiente Santa Fe, se puede sentir el olor a madera vieja cuando se está en ella, las tablas rechinan con cada paso de sus habitantes y sobre su ambiente se siente un cálido espacio de vivencias y recuerdos. Es una casa ubicada en un segundo piso, la puerta sólo dirige a unas escaleras de madera que van hacia el segundo piso. En el trayecto de las escaleras se puede observar distintos tipos de fotografías a blanco y negro con dos tipos de marco, unos verde oscuro y otros blancos. Los personajes de estas fotos pueden ser desconocidos para algunos, sin embargo para los ojos de José significan una buena parte de su vida.

Al término de las escaleras, en la pared de enfrente se encuentra una fotografía muy curiosa en la que hay un niño campesino en una sabana extensa y junto a un hombre con pinta de extranjero, muy alto por cierto. Al lado izquierdo una sala bastante grande, tres sofás color beige que combinan muy bien con la tonalidad pastel azulada y blanca de las paredes de la casa. Junto a los sofás, una mesa de madera y una rockola con música de antaño, que lastimosamente hace mucho tiempo no ha vuelto a ser usada. Un pequeño balcón con una mata de sábila, está después de la sala, sobre el que puede observar la calle 13. En seguida de la sala, la tradicional cocina, con algunos gabinetes un tanto oxidados y una nevera que hace un ruido impresionante.

Saliendo de la cocina se puede ver la sencillez de la casa, que apenas tiene tres cuartos y cuatro puertas. En el primero de ellos, se puede ver un par de camas sencillas con sábanas blancas de un solo tono. Encima de la cabecera de una de las camas está el cuadro del sagrado corazón, un pequeño ventanal con puerta de madera y una cortina de seda suiza. En medio de las dos camas, una mesita de noche sobre la que se posa un radio de pila de dedo, un calendario que dice "panadería chapimax", un sobre de pastillas naranjas, un plato vacío, un vaso con agua y una lámpara. Sobre la pared de la entrada se encuentra el clóset que ocupa medio espacio de esta. Por último, se puede ver encima del tapete, que se encuentra debajo de la cama, unas pantuflas de caucho con algunas gotas de agua.

Al lado de esta alcoba, se ve otro cuarto con el mismo espacio que el anterior, pero éste en ves de ser un cuarto es un taller, hay tres mesas grandes y altas de madera, sobre los que hay un verdadero desorden de piezas, placas, tarros, químicos, rollos, carretes, papeles... un verdadero desorden. Un par de butacas de madera y al lado un montón de carpetas que archivan más de mil fotografías. En una esquina del taller, se encuentran tres cámaras análogas, dos de ellas réflex y la otra una rolleicod, muy bien conservadas. La puerta del baño está constantemente cerrada y la última puerta, que esta justo en frente a la sala, pertenece al laboratorio, al cuarto oscuro de Ignacio, en el que ha pasado los mejores años de su vida y en el que quisiera morir. Lo conoce al derecho y al revés, al entrar hay una serie de cuerditas donde cuelga las fotografías, sobre la pared del fondo unos gabinetes, unas mesas, un lavaplatos, unas mangueras y unas bandejas llenas de algún líquido.