viernes, 20 de agosto de 2010

Un reportero por accidente


Era un bello amanecer, los pájaros cantaban, el sol salía entre las calmadas nubes que se posaban en el cielo.  Era un día maravilloso en el que tal vez el frío tradicional del pueblo no podría tener presencia. Rompiendo la tranquilidad se atravesó dentro de las rutinas de los habitantes de Zipaquirá, una lluvia en la que no había grandes truenos, era una lluvia propiciada por el mismo hombre. Por hombres bárbaros que creían que una "revolución" les daba el derecho sobre los demás a causar dolor, miedo y muerte, derramando sangre de inocentes. Unos instantes fueron necesarios para que decenas de cuerpos cayeran al piso.

José Ignacio estaba en un sueño profundo.  De repente los estruendos de metralla y Clara que irrumpió en su cuarto lo despertaron. -Métete abajo de la cama- exclamó su madre muy exaltada. El pequeño quedó pasmado, alcanzó a creer que era una pesadilla en la que se había convertido su sueño, hasta que su madre le agarró su pierna y lo arrastró por el piso. Antes de caer, José se lanzó por la rollei que se encontraba al lado de su cama, sorprendentemente alcanzó a agarrar su preciado aparato de la correa de cuero, sin embargo no lo hizo con la suficiente fuerza y la cámara se fue al piso, se golpeó gran parte del cuerpo de la cámara y quedó hundida. El pequeño rayó su cámara arrastrándola por el piso.

Clara y José estaban escondidos, cuando de repente entró un sujeto al cual no podían verle más que sus pies. Unas botas negras que olían a estiércol de vaca y tenían gotas de sangre alrededor de la suela, se acercaban lentamente, como si oliera el miedo que expelían los dos sujetos bajo la cama. José se aferraba a su cámara mientras que su madre tapaba sus ojos para evitar que el miedo los delatara ante la muerte. El sujeto se encontraba muy cerca de ellos y en ese instante aquel hombre se agachó lentamente, como si el deseo de dolor no lo atormentara, su mano se posó sobre el borde de la cama y cuando estaba apunto de bajar su mirada para corroborar la presencia de sus víctimas, se oyó una voz quejándose "¡ cuervo,  ayúdame con este malparido!". Era Alfredo, que había destrozado el pie de otro sujeto apunta de machetazos. Cuando llegó el cuervo, sólo se oyeron alaridos de Alfredo y el aguado sonido de las balas que atravesaban su cuerpo. El corazón se le desgarró a Clara, pero su esposo les había dado una señal, una pista para poder seguir con vida. Cuando el cuervo llegó de nuevo a la habitación de José, se agachó y observó sorprendido que no había nadie debajo de la cama.

Al día siguiente, salieron en todo tipo de noticias, Masacre a cargo de las guerrillas colombianas en Zipaquirá por  la presión que ejerce el estado colombiano para que dejen las armas. Entre 800 y 900 muertos. El pueblo estaba dominado por los subversivos afirmaban los periodistas amarillistas. Lo que nadie se preguntó fue ¿a dónde se fueron los sobrevivientes y las personas que huyeron de la lluvia que de un momento a otro se llevó la vida de todos en el pueblo?

-Pues acá fue que llegue yo, a Santa Fe de Bogotá, desde hace varios años que hago este tipo de fotografías, llevo casi 40 en la capital, soy reportero por convicción no de profesión y estas fotos que fueron tomadas por mi, es más, fueron de las primeras y demuestran todo el miedo que sentí ante la muerte. Pero no vi ese miedo a través de mis ojos porque mi madre no me lo permitió y sin saberlo por medio de mi rollei pude plasmarlo- José Ignacio terminó su discurso señalando las fotos que tomó en aquel entonces accidentalmente.

Un estruendoso aplauso se escuchó cuando José Ignacio terminó el discurso en una exposición fotográfica de un consorcio de revistas sobre la guerra en Colombia en el museo Nacional. Mientras que él, nostálgico recordaba ese día y en su mente el sonido de los aplausos lo conducían al sonido de los estruendos de metralla de ese día.


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